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En un rincón perdido segoviano, entre un monte castellano, casi olvidado, yace un valle, de cuyas profundidades nacen manantiales y de ellos brota el río Sacramenia, que surca el pequeño valle para perderse por esos campos castellanos. Sus aguas buscan el desahogo de su pequeño cauce en el hermano mayor, el río Duratón.

Y de las profundidades de la historia surge la leyenda de un viejo anacoreta, Juan se llamaba, cuya fama de austeridad y buena persona le hicieron santo por esos lares. Después de su muerte, las gentes de la comarca le empezaron a nombrar con el nombre de San Juan de Pan y Agua, dicen que bien ganado su nombre, por su alimentación tan frugal, osease: poco y mal. Lo de Santo, también bien ganado por los milagros que por allí se obraron con su intercesión.

Como buen anacoreta, vivía en una pequeña cueva que, dicen, aún se conserva… yo no la he visto nunca. En la actualidad, solo, y digo “solo”, podemos ver de su espléndido monasterio, su iglesia: Santa María de Sacramenia, un templo románico de la orden del Cister, cuyo precioso claustro reposa lánguidamente en Miami, fruto de la desidia, y la poca ética del poderoso caballero don dinero.

A pesar de los avatares de nuestro patrimonio, en este pequeño y bello rincón segoviano, cada tarde del 20 de agosto se celebra la romería en honor a San Bernardo. Como veis, hasta el nombre cambia: de nuestro anacoreta (el origen de la veneración) ya no se habla. Los tiempos cambian, cambian las formas, pero nunca la esencia.

Por eso me permito decir (con vuestro permiso): ¡Viva San Bernardo y viva San Juan Pan y Vino!, digoo... ¡Pan y agua! Perdón, perdón, pero es que hablar de la zona de Valtiendas y Sacramenia y no mentar el vino, es casi mayor profanación que la que hicieron con nuestro patrimonio en este olvidado pero precioso rincón segoviano.