Aquella mañana, al llegar a la cuadra a atender a su ganado, su burro estaba de cuerpo presente. Esto es un decir, los burros dicen que no tienen alma, no se si por burros o por que no comulgan, el caso es que el burro estaba muerto y por estos lares, muerto el burro la cebada al rabo. Con la ayuda de unos vecinos lo llevaron al muladar, no sin esfuerzo, para que los buitres hicieran lo propio con el ,osease darse un festín, por que aunque viejo estaba gordito el jodio. Pero este señor tuvo la brillante idea de aprovecharse del difunto para intentar coger un buitre, sabe dios con que intenciones, abrió el burro por el vientre, saco todos sus metros y metros de tripas y demás órganos y pequeño él, se metió en esa cavidad maloliente y así, oculto, esperó a que los buitres llegaran a comerse el cadáver de su compañero de fatigas. Pasó más de una hora hasta que vio aproximarse a los comensales. En el mundo de los buitres hay jerarquías a la hora de empezar a comer y el primero que se aproximó fue un macho de muy buena talla y el tío Rosco, que así se llamaba el buen señor, le echó mano, sujetándolo tan fuerte como podía por las patas. El buitre, asustado y viéndose atrapado, empezó a aletear buscando cielo y libertad y el tío Rosco no soltaba ni pa tras y menos a esa cierta altura que le elevó semejante bicho. En estas pasaron las horas hasta hacerse la noche, cada cual con su desesperación, era ya cuestión de honor y de poder a poder, y dicen los de los pueblos cercanos, Sebúlcor, Valdesimonte, Consuegra, Sepúlveda, Urueñas, ... que en el cielo se veían unas siluetas con la luz de la luna y se oían unos lamentos que decían:

“Estrellitas del alba, lucero del amanecer,
el tío Rosco del Villar esta noche la va a joder”.


Gracias a Félix de Frutos por contármelo.

Era muy burro, bastante cabezota, tiraba coces, rebuznaba lo suyo, cagaba moñigas, en fin, casi como una persona.